Tras algunos muchos meses sin escribir en mi blog, regreso al espacio para poner lo que siento, mis inquietudes y deseos más profundos, además de revelaciones intelectuales (o no) que me dejan sin aire. En realidad, el espacio fue creado para eso, aunque por cuatro o cinco publicaciones lo dejé exclusivamente para compartir mis inquietudes artísticas frente al libro Um mochileiro português na América Latina, cuya escritura será retomada en un momento oportuno. Pero porque ahora vuelvo, además, a escribir en castellano? Muy raro eso, o no.

En realidad, hace unos días he volvido a sentir falta de los Andes. No sé si es el clima, la altitud, la música, el viento, el riesgo de temblores. No sé. El idioma, claro, es muy familiar para mi. Pero podría tenerlo en los pampas argentinos, en el chaco paraguayo o mismo (perfectamente, incluso) en tierras españolas. No, en ese momento siento falta de los Andes. Tal vez por una influencia de Pachamama, o por la música. Tal vez hasta mismo por los ancestrales Incas, que por años pensé tener (una locura, pero yo pensaba). Bueno, es así.

Los Andes son tierras muy distintas. Por una parte, está llena de problemas y diferencias culturales de las que tengo en mi tierra, en Brasil. Allá, las preocupaciones son otras. Todos siguen tranquilos, viviendo sin compromiso y preocupaciones que tenemos acá. Bueno, ni todos tienen, pero yo tengo y mucho. No hay tanta preocupación sobre lo que fue firmado, definido, como yo tengo (y como tienen los europeos, por ejemplo). Es posible ajustar las cosas si algo no sale como se pensó. Eso es algo que me ha dejado loco mientras vivía en Bogotá, Colombia. Pero hoy, al escuchar musica ecuatoriana mientras escribo este post, entiendo que es parte de la cultura andina, Inca. Las preocupaciones siguen como el ritmo de la naturaleza o de la música de la región: despacio, ritmada y con la posibilidad de revueltos naturales a cualquier momento. Es asó como la música Sisa Pacha, del grupo Charijayac, de Otavalo, Ecuador.

Obviamente, eso es una cosa que se necesita acostumbrarse, y yo no he podido hacerlo mientras vivia en Bogotá. Pero debe ser posible acostumbrarse. Yo he conocido gente en Colombia que ha logrado eso. Una francesa y un francés que trabajaban conmigo en la universidad, por ejemplo, lograron al punto que no salen de esa tierra. Pasa igual con la gente que sigue a vivir en otras tierras, como Holanda, Estados Unidos o Suiza, donde la cultura es muy distinta, contrária al pensamiento despacio de los Andes. Si eso pasa, es posible.

Lo que puedo decir, al menos aquí en el post, es que empiezo a sentir falta de la altitud, del aire difícil, del frío, de la lluvia, del aroma, de los sabores, de la música, de la cultura y, por supuesto, de la velocidad y la tranquilidad que se puede encontrar en los Andes. Seguramente, no quiero compensar esa falta con tierras o cultura colombiana. Lo que ha pasado, ha pasado. Pero algo debo hacer, o quiero hacer. ¿Lo lograré? NO lo sé. Pero seguramente es lo que siento en ese momento, mientras escucho la musica andina Resistiendo los 500, después de dos años sin hacerlo. Es una música que representa la resistencia cultural de una tierra que, por siglos, ha vivido bajo una velocidad distinta de los conquistadores españoles que acá llegaron. Hoy me pregunto si los equivocados son los andinos, con su velocidad, o los conquistadores españoles, con ganas de los billetes y el oro que aqui podrían conseguir. No tengo la respuesta. Solamente siento.

Vulcan Pichincha, de 4.700 metros, ubicado a algunos quilómetros de la ciudad de Quito.

Vulcan Pichincha, de 4.700 metros, ubicado a algunos quilómetros de la ciudad de Quito.